La nueva fase en la guerra de Trump y los datos

La nueva fase en la guerra de Trump y los datos

Uno de los primeros objetivos de Donald Trump al regresar a la presidencia fue devolver a Winston Churchill al Despacho Oval. Un busto del primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial —del que Trump se declara “gran admirador”— lo había acompañado durante su primer mandato, y desde hace seis meses permanece junto a la chimenea dorada del despacho presidencial, presente en el fondo de sus reuniones con líderes mundiales. Trump admira el ceño fruncido de Churchill, que imitó tanto en su ficha policial como en su retrato oficial de investidura. Al igual que Churchill, Trump se ve a sí mismo como el salvador solitario de una nación en apuros. Quizás fue una cita atribuida a Churchill —en realidad apócrifa— la que Trump tenía en mente la semana pasada cuando despidió a Erika McEntarfer, comisionada de la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS, por sus siglas en inglés): “Solo creo en las estadísticas gubernamentales que he manipulado yo mismo”.

Trump y los datos: Trump se presenta como salvador mientras controla las estadísticas gubernamentales
Trump y los datos: Trump se presenta como salvador mientras controla las estadísticas gubernamentales

McEntarfer fue nominada por Joe Biden en 2023 y confirmada por el Senado con una abrumadora mayoría (86 a 8), contando incluso con el respaldo del actual vicepresidente J. D. Vance. Su trayectoria como economista gubernamental era destacada pero sin polémicas, con experiencia en el Buró del Censo, el Departamento del Tesoro y el Consejo de Asesores Económicos. Su enfoque profesional siempre había sido el análisis del mercado laboral: precisamente lo que le costó el cargo.

El 1 de agosto, la Oficina de Estadísticas Laborales publicó su informe mensual de empleo correspondiente a julio. Estos informes siguen un calendario estricto para evitar interferencias políticas y no son accesibles ni siquiera para la comisionada antes de su publicación. Como es habitual, el reporte incluía revisiones de los datos de mayo y junio. Esta vez, sin embargo, la corrección fue extraordinaria: de 291.000 nuevos empleos reportados, la cifra se redujo a solo 33.000. Esta revisión desinfló la imagen positiva de la economía que la Casa Blanca venía promoviendo y empañó una semana de buenas noticias en torno a acuerdos comerciales. Trump, molesto, denunció en redes sociales que los números estaban “AMAÑADOS” y anunció la salida inmediata de McEntarfer, una muestra clara de su guerra contra los datos.

Manipulación y control de las estadísticas gubernamentales

Para ser justos, pocos presidentes se mostrarían indiferentes ante datos tan desfavorables. El informe de empleo es uno de los principales indicadores de salud económica del país y tiene un gran impacto en mercados e instituciones. En 1971, cuando las cifras del BLS no fueron presentadas como Richard Nixon deseaba, este inició lo que luego se conoció como un “conteo judío”, reubicando a empleados con apellidos de “sonoridad judía”. Esa interferencia dio origen a normativas que hoy protegen la integridad de las estadísticas gubernamentales. Desde entonces, aunque los presidentes han seguido quejándose de los malos datos, su influencia directa se ha visto limitada.

Manipulación y control de las estadísticas gubernamentales
Manipulación y control de las estadísticas gubernamentales

El presupuesto del BLS ha sido recortado en los últimos años: desde 2010 ha caído un 20 % en términos reales, según Bloomberg. A pesar de ello, durante el primer mandato de Trump, la oficina sobrevivió relativamente bien, tal vez por su importancia... o por sonar aburrida. Pero Trump lleva años socavando su credibilidad y la confianza pública. En 2012, cuando se anunció que el desempleo había bajado del 8 % por primera vez bajo Obama, Trump —entonces más conocido por su programa “The Apprentice” y teorías conspirativas sobre el lugar de nacimiento de Obama— declaró en CNBC que los datos eran “incorrectos” y estaban manipulados para favorecer a los demócratas. En su anuncio de campaña de 2015 afirmó: “Nuestro desempleo real está entre 18 % y 20 %. No crean en ese 5,6 %”.

En agosto de 2024, tras una importante revisión a la baja de los datos del año anterior —un golpe duro para la campaña de Kamala Harris— Trump acusó a la administración Biden de una “manipulación de datos” para esconder el “desastre económico” que, según él, han causado. Dijo que intentaban retrasar la publicación hasta después del 5 de noviembre. “Pero se filtró antes. Alguien ahí dentro es patriota, ¿verdad?”, ironizó. Ese “patriota”, en su lógica, sería McEntarfer.

La posición de Trump ha sido incoherente pero constante: los datos son verdaderos si lo favorecen, y falsos si lo perjudican. Para él, la verdad es moldeable, siempre en función de su imagen y su retórica. Aunque parezca contradictorio, los hechos sí le importan... siempre que digan lo que él quiere oír. Si no lo hacen, exige otros nuevos. Su despido de McEntarfer deja claro el mensaje: “No confíes en los técnicos, confía en mí”.

Aunque su proyecto político se presenta como un rechazo a la tecnocracia de Washington, gobernar sin estadísticas es difícil. La burocracia federal se apoya en decenas de agencias que recolectan datos sobre crimen, seguridad social, agricultura, transporte, energía, salud, vivienda, negocios y mucho más. Existe incluso una Jefatura de Estadísticas dentro de la Oficina de Presupuesto del gobierno, encargada de coordinar este complejo entramado.

Durante su primer mandato, Trump redujo o eliminó varios de estos programas. En su segundo mandato, ha pasado de la indiferencia a la obsesión: desde enero ha intentado controlar agresivamente toda la información producida y publicada por el Estado. Ha ordenado enterrar datos climáticos, reescribir definiciones (incluyendo la de género), recortar investigaciones y eliminar organismos independientes. Disolvió el Comité Asesor de Estadísticas Económicas en marzo, y en junio eliminó el comité de vacunación. Además, busca acceso sin precedentes a bases de datos estatales sobre Medicaid y programas alimentarios, supuestamente para combatir el fraude, pero con fines de control migratorio. Como dijo el fiscal general de California: “La búsqueda de datos y la búsqueda de poder están entrelazadas”.

Los datos nunca son perfectos ni neutros: lo que se mide y cómo se usa dice mucho sobre las prioridades del gobierno. En EE.UU., por ejemplo, el censo ha incluido categorías raciales desde 1790, mientras que en Francia, donde la identidad nacional prima sobre la étnica, está prohibido recolectar información racial. Desde esta perspectiva, el despido de McEntarfer es solo un paso más en el plan de Trump de transformar el aparato federal en un instrumento de su poder.

Las consecuencias podrían ser difíciles de controlar. En Turquía, por ejemplo, la manipulación de cifras oficiales sobre inflación llevó a distorsiones que empobrecieron a millones. En China, durante el Gran Salto Adelante, la falsificación de datos agrícolas contribuyó a una hambruna que costó decenas de millones de vidas.

Manipulación de datos con consecuencias graves en Turquía y China: inflación y hambruna
Manipulación de datos con consecuencias graves en Turquía y China: inflación y hambruna

Tras el despido de McEntarfer, la Casa Blanca emitió un comunicado acusándola de “una larga trayectoria de errores e incompetencia” que, según ellos, “socavó por completo la confianza pública” en la oficina. Si esto fue una excusa política o una reescritura de la historia depende de la perspectiva de cada quien. Lo cierto es que el BLS también fue criticado durante la presidencia de Biden: en 2023, algunos bancos recibieron acceso anticipado al informe de empleo, lo que provocó una investigación interna. El informe resultante recomendó “desarrollar una cultura de colaboración transversal”... algo que quizás solo un burócrata puede entender.

Lo preocupante es que, para muchos, quien verdaderamente está erosionando la confianza pública es Trump. Dos ex comisionados del BLS —incluido uno nombrado por el propio Trump— condenaron el despido y elogiaron a sus antiguos colegas. El economista Michael Strain, del conservador American Enterprise Institute, escribió: “Es fundamental que los responsables de decisiones entiendan que las estadísticas gubernamentales son imparciales y de alta calidad. Al poner eso en duda, el presidente está dañando a Estados Unidos”. Incluso Charles Murray, coautor de The Bell Curve, respondió: “De acuerdo”.

McEntarfer no ha hecho declaraciones desde su despido. Su jefa, la secretaria de Trabajo Lori Chavez-DeRemer, sí lo hizo, afirmando que apoya la decisión de Trump para “garantizar que el pueblo estadounidense pueda confiar en los datos que produce el BLS”. Pero puede que ya sea demasiado tarde. A veces, la apariencia de manipulación hace tanto daño como la manipulación misma. Y cuando una figura independiente y creíble es destituida, es difícil saber dónde termina la verdad y comienza la propaganda. La confianza se gana, pero la desconfianza... se enseña. Los seguidores más fieles de Trump dejaron de confiar en el gobierno hace tiempo. El resto del país está aprendiendo lo mismo.

Como inversor mexicano, observo con preocupación cómo la manipulación y el control político sobre los datos en Estados Unidos pueden afectar la transparencia y la estabilidad económica. La falta de confianza pública en las estadísticas gubernamentales dificulta la toma de decisiones informadas y aumenta la incertidumbre en los mercados. Para quienes invertimos en un entorno globalizado, es vital contar con información confiable y sin sesgos, pues solo así se pueden evaluar riesgos y oportunidades con claridad. La política de Trump y los datos demuestra que el control sobre la información puede ser una herramienta de poder, pero también un factor de riesgo para la inversión y la cooperación internacional.

Para seguir más noticias actualizadas sobre política y economía mundial, visita Tiempos De Diversin.

Compartir la publicación:
Artículos relacionados